martes, 4 de marzo de 2008

Mujeres triplemente discriminadas




Para las indígenas inmigrantes, la adaptación a Estados Unidos es una labor titánica que va más allá del problema del idioma

Eileen Truax
eileen.truax@laopinion.com
01 de marzo de 2008

"Cuando llegué aquí no sabía que yo era oxaqueña, zapoteca y mexicana. En el pueblo sólo era ‘María’ y me conocía toda la gente. Yo no sabía que había más gente, que eran diferentes entre sí, que había negros y latinos. Para mí no existían las etiquetas".

Este descubrimiento de María*, el hecho de que existían etiquetas, que varias de ellas aplicaban a su persona y que le harían la vida más difícil, la golpeó a los 11 años de edad, cuando llegó a vivir a Los Ángeles procedente de la Sierra Norte de Oaxaca. Entonces descubrió su realidad: era mujer, era migrante y era indígena, y al parecer esos tres factores jugarían en su contra.

Al igual que María, millones de mujeres migrantes indígenas se descubren vulnerables una vez que llegan a Estados Unidos. Además de su condición, la falta de dominio del inglés y el español, la falta de educación formal, y las prácticas sociales de sus lugares de origen hacen que enfrentar los obstáculos en su nuevo lugar de residencia sea una labor titánica.

"Yo llegué a los 11 años y mi español era sólo de ‘sí’ y ‘no’, y no hablaba nada de inglés", recuerda María, hoy de 35 años. "El primer día en la escuela fue horrible, los niños se reían; para ellos era chistoso que yo fuera en huaraches", recuerda. Y eso no ocurría sólo en la escuela. "Llegué a vivir en el área de Pico Union, donde vivían otros inmigrantes que eran mexicanos pero que se reían cuando hablábamos en zapoteco. Nos insultaban y yo me reía porque no entendía lo que me estaban diciendo", relata sobre la discriminación venida de sus propios paisanos por el hecho de ser indígena.

De acuerdo con el censo del año 2000, hay más de 150 mil habitantes en California que se identifican como "indígenas hispanoamericanos"; pero los expertos consideran que las cifras son muy superiores a éstas y que esta cantidad representaría tan sólo a los indígenas oaxaqueños viviendo en el estado sin contar a los originarios de otras entidades mexicanas, de las zonas mayas o de otros grupos de Centroamérica.

Algunas proyecciones apuntan a que para el año 2010, el 20% de la fuerza de trabajo agrícola en California estará integrada por inmigrantes indígenas. Y de todos ellos, la mitad son mujeres.

"Definitivamente, con la consolidación de los circuitos migratorios de las comunidades indígenas del sur de México se ha presentado un incremento en la cantidad de mujeres migrantes, no solamente como acompañantes de los varones, sino como migrantes solas", explica Gaspar Rivera-Salgado, director de proyectos del Centro de Estudios Laborales y Educación de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y coordinador del libro Indígenas mexicanos migrantes en los Estados Unidos.

De acuerdo con Rivera-Salgado, este incremento del número de mujeres que migran es resultado de dos factores relacionados entre sí: por una parte, la desaparición de los mercados de trabajo en sus lugares de origen; por otra, la demanda en el sector laboral en Estados Unidos en el cual estas mujeres son requeridas.

"Tradicionalmente a los niños se les sacaba de la escuela para que trabajaran y eran ellos quienes migraban; las niñas se quedaban en la escuela, así que la inversión en educación era para ellas", explica el académico. "Pero ahora hay una falta de generación de empleo para absorber a estas mujeres, y al mismo tiempo hay un mercado laboral en Estados Unidos, nichos como la costura, el trabajo en fábricas, el trabajo doméstico o el cuidado de niños, y la mujer predomina en ese mercado. Así que la mujer decide migrar".

Una vez que han migrado tal vez logran incorporarse al mercado de trabajo, pero no siempre les va bien. "Mi primer trabajo fue en una fábrica con mi mamá", recuerda María. Ahí sufrió la discriminación de los compañeros por hablar en zapoteco, por lo que decidió que tenía que seguir estudiando.

Con el paso de los años logró colocarse en un banco como cajera; sin embargo su supervisora, una mujer anglosajona, la humillaba constantemente. "Me decía que los mexicanos nunca avanzan y que ese era el mejor trabajo que iba a tener en mi vida", recuerda María.

La experiencia en el siguiente empleo no fue mejor: aunque ya desempeñaba un puesto contable, tanto ella como las otras chicas migrantes que trabajaban en el lugar tenían que soportar el acoso sexual del gerente. Tras un episodio en que el hombre tocó los senos de María y de otra de sus compañeras, decidieron presentar una queja ante el departamento de recursos humanos de la compañía.

"Cuando llegó el abogado le dije que a partir de que habíamos puesto la denuncia había un ambiente hostil en nuestra contra, y él me dijo: ‘¿Quién te está aconsejando?’. Yo le dije que nadie, y él me respondió: ‘La palabra hostil es muy elevada para alguien como tú. Es difícil pensar que alguien sin preparación use esa palabra’. Llena de coraje le respondí que yo había ido a la escuela", recuerda.

"Creo que muchas mujeres en diferentes aspectos enfrentan lo mismo, pero he aprendido que las cosas no deben callarse", dice María, quien hoy trabaja como activista en defensa de las mujeres migrantes indígenas. "Sé de casos de decenas de mujeres que sufren acoso en sus lugares de trabajo, que son explotadas y no se atreven a quejarse. Mujeres que sufren violencia doméstica y no se atreven a dejar a sus esposos porque eso está mal visto, la cultura no se los permite", explica.

Pero ella comprende lo difícil que es romper el círculo, porque lo vivió. Cuando era niña la violación era un asunto frecuente, sabido por todos y también callado por todos. Cuando siendo muy joven decidió casarse con otro joven migrante y nació su hija, ambos decidieron no enseñarle ni español ni zapoteco, para que no fuera víctima de discriminación. Tardó años en sentirse orgullosa de su origen, pero al fin lo logró.

"Si no hubiera ido a la escuela no hubiera comprendido de dónde vengo, lo que soy, cómo nace y como ha sobrevivido mi identidad", señala María.

Hoy su hija ha aprendido a hablar español y espera a su primer bebé. Aún no sabe si será un niño o una niña, pero de lo que sí está segura es de que llevará un nombre maya o zapoteco; uno que refleje su orgullo de ser descendiente de una mujer migrante indígena.

*El nombre ha sido modificado por solicitud de la entrevistada.

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